Se les tilda de “incompletas”, de “egoístas”, de ser “frías” o “inmaduras”, pero detrás de ese estereotipo están personas que han decidido una forma de vida que, por ser diferente de lo socialmente acostumbrado enfrentan enorme presión que les hace pagar el costo de ser diferentes.

Hace unas tres décadas se hicieron visibles en el mundo anglosajón algunas mujeres que por deseo y convicción no querían ser mamás. Pronto se les conoció popularmente como las mujeres NoMo (abreviatura en inglés de Not Mothers, “No Madres”).

En la actualidad, el número de mujeres NoMo ha aumentado, lo que hace evidente que cada vez más personas del sexo femenino deciden romper el mandato de la maternidad como proyecto único de vida.

La decisión de no tener hijos puede estar condicionada por diferentes causas, como las dificultades en materia de salud que algunas mujeres enfrentarían al buscar procrear o los estragos que muchas sufrirían al someterse a tratamientos especializados que, por lo demás, no son accesibles para todas.

Sin embargo, no les resulta fácil asumir esta posición porque, a partir de la creencia de que el deseo de ser madre es universal e innato, y, por consiguiente, está presente en todas las mujeres, la sociedad ejerce una presión muy fuerte sobre ellas”, indica Tania Rocha Sánchez, académica de la Facultad de Psicología de la UNAM.

La presión social sobre las mujeres NoMo se pone en práctica mediante los discursos predominantes y los estereotipos que se cobijan bajo ellos; así, se les tilda de “incompletas”, “egoístas”, “frías” o “inmaduras”.

Y no sólo la familia, la pareja o las amistades ejercen esta presión, sino también los profesionales de la salud de ambos sexos, que llegan a comentarles, por ejemplo, que si un útero no da hijos, da tumores; o a usar frases como: “se te está acabando el tiempo”, “si esperas más, no vas a poder”, “te vas a arrepentir”, etcétera.

No es raro que las mujeres NoMo reciban castigos que la mayoría de las veces no son considerados tales por quienes se los imponen. Uno de ellos consiste en plantearles que, como no tienen hijos, les toca cuidar a alguno de sus padres (o a los dos) o a otros parientes de la tercera edad, precisamente porque domina la idea de que, incluso sin hijos, es tarea de las mujeres hacerse cargo del cuidado de otros.

De este modo, ante la falta de igualdad y equidad, se puede comprender con más facilidad por qué quienes tienen las condiciones y las posibilidades deciden no ser madres”, finaliza la académica.

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