Cuando Benjamin Franklin dijo que “una inversión en conocimiento paga el mejor interés” se olvidó de puntualizarnos a qué conocimiento se refería exactamente y dónde podía obtenerse.

Sin embargo, en aquellas palabras subyace una verdad esencial cocinada en el actual contexto tecnológico y social: el conocimiento tiene muchísimo más valor que el dinero.

Así pues, si Franklin viviera ahora mismo, no solo repetiría su sentencia con más firmeza, sino que se entusiasmaría al conocer las posibilidades que ofrece la tecnología para desmonetizar los bienes y servicios.

El sitio español Yorobuco publica que gracias a la tecnología la mayor parte de los productos y servicios que antes eran caros ahora resultan mucho más baratos y, en algunos casos, incluso son gratuitos.

La tecnología materializada como cámaras, radios, televisiones, navegadores de Internet, estudios de grabación, salas de edición, cines, navegadores GPS, procesadores de texto, hojas de cálculo, estéreos, linternas, juegos de mesa, juegos de cartas, videojuegos, toda una gama de aparatos médicos, mapas, atlas, enciclopedias, diccionarios, traductores, manuales, educación de primera categoría, y la siempre creciente y variada colección conocida como el app store.

Hace diez años la mayoría de estos bienes y servicios solo estaban disponibles en el mundo desarrollado; hoy casi cualquiera y en cualquier lugar puede tenerlos.

En un futuro, bastante cercano por lo que parece, para vivir de forma medianamente confortable no será necesario ganar demasiado dinero.

De hecho, gracias a las iniciativas de renta universal básica que ya se están experimentando, puede que ni siquiera necesitemos trabajar. O, al menos, no demasiadas horas al día.

Ante este panorama, ganar más dinero solo servirá para obtener bienes o servicios exclusivos que nos desmarquen socialmente de nuestros semejantes. El dinero, en ese sentido, quedará más que nunca, porque será fácil de obtener y servirá para poco

Cuando decimos que no tenemos tiempo para aprender algo nuevo o para leer un libro generalmente se debe a que estamos invirtiendo ese tiempo en ganar más dinero, directa o indirectamente. La mayoría de veces nos preocupamos en ganar más dinero porque creemos que así seremos más felices.

Sin embargo, todos los experimentos que se realizan sobre el vínculo entre felicidad y dinero concluyen que, una vez obtenido un mínimo para vivir cómodamente, el dinero extra apenas afecta a nuestro bienestar psicológico.

La moneda del futuro, pues, no es el bitcoin o cualquier otra criptomoneda, sino nuestra capacidad para realizarnos, trabar buenas relaciones sociales y, sobre todo, adquirir nuevos conocimientos.

El conocimiento es una forma de obtener mayor remuneración en trabajos socialmente más interesantes y creativos.

El conocimiento también permite comprar más cosas que el dinero, más allá de un buen trabajo, e incluso adquirir cosas que no están en venta. El conocimiento puede transformarse en muchas cosas, como en relaciones sociales más estimulantes. También permite alcanzar objetivos de una forma más rápida y fácil.

El conocimiento transforma la propia adquisición de conocimiento nuevo en una tarea más divertida y sugerente. Hace que el cerebro funcione mejor. Amplía el vocabulario, convirtiéndonos en mejores comunicadores. Ayuda a pensar mejor y más allá de las circunstancias.

En esta nueva era de desmonetización, pues, hemos de desechar la idea de que el conocimiento se obtiene en el colegio y la universidad, y una vez alcanzamos el mercado laboral ya podemos vivir el resto de nuestra existencia sin abrir ni un solo libro. Del mismo modo que nos obligamos a acudir a un gimnasio o a dejar de fumar, continuar aprendiendo es ya la más importante prescripción facultativa.

Y si esgrimimos de nuevo el gastado argumento de que “no tenemos tiempo”, les ofrezco un solo un dato: si el tiempo que dedicamos a las redes sociales se usará en leer libros, anualmente asimilaríamos entre 100 y 200.

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