La fabricación de herramientas, la predisposición a la violencia asesina, la caza cooperativa, el dominio del fuego, el pensamiento, el cambio climático o el bipedalismo han sido señalados como factores decisivos que nos separaron en el proceso evolutivo de nuestros parientes los simios.
A esta lista se ha sumado ahora la cocción de los alimentos. Tal sería, según el primatólogo Richard Wranglam, la responsable de que nuestro tracto digestivo se encogiese en beneficio del aumento del cerebro, con las consabidas consecuencias.
La importancia de la cocción en la prehistoria humana ya había sido reconocida por Claude Levi-Strauss. La transformación de los alimentos crudos en víveres cocidos, afirmaba el antropólogo, impulsó el paso de la naturaleza a la cultura, sin llegar nunca a sostener que ese pasaje incidió drásticamente en el organismo de los homínidos.
Apuntalar esta hipótesis es el objetivo de su libro En Llamas: cómo la cocina nos hizo humanos, publicado por Capitán Swing, cuya portada ilustra la fotografía de un chimpancé con gorro de cocinero.
Sostiene que, mientras el primer gran salto evolutivo en nuestro árbol genealógico –de los simios a los austrolopitecinos– estuvo ligado a cambios climáticos y a la adopción de una dieta de tubérculos, el pasaje del Homo habilis al Homo erectus ocurrido hace 1,8 millones de años se debió a la invención de la cocina.
En poco más de 200 páginas aprendemos que si nos alimentásemos exclusivamente de comida cruda, acabaríamos dejando de menstruar (si somos mujeres) o muriendo por desnutrición, sea cual fuera nuestro sexo.
Ciertamente, el ser humano es la única criatura viviente que se nutre de forma regular con alimentos cocinados. Igualmente cierto es que la morfología del Homo erectus –sus mandíbulas y dentaduras pequeñas– es congruente con una alimentación basada en esa clase de viandas.
Finalmente, su hipótesis sobre el patriarcado no aclara por qué los hombres no podían cocinarse para ellos de forma grupal, al estilo de las cofradías gastronómicas vascas; ni por qué no cocinaban los días que no iban de caza; lagunas sugerentes de que en la opresión de la mujer intervenían otros factores aparte del cuidado de los fogones.