Investigación y ciencia publica que la obesidad materna, así como el exceso de nutrientes, parecen inducir cambios permanentes en la regulación del apetito, el metabolismo y la conducta de los fetos.

En consecuencia, dice, las siguientes generaciones presentarán mayor predisposición a padecer trastornos metabólicos.

Ahora, investigadores de la Universidad Cornell en Nueva York describen que, durante el embarazo, la dieta de la madre también modificaría las papilas gustativas de las crías. En concreto, la expresión de los receptores del sabor dulce.

En el estudio, publicado por la revista Scientific Reports las hembras de ratón iniciaron un régimen rico en grasas que continuó a lo largo de la gestación y el periodo de la lactancia.

En cambio, las madres del grupo de control recibieron una dieta normal. Una vez alcanzada la edad adulta, las crías de ambos grupos presentaron niveles de glucosa en sangre parecidos, además de no mostrar diferencias en cuanto al peso corporal y de los depósitos de tejido graso que rodean las gónadas sexuales.

Sin embargo, ante un estímulo apetitoso, como una solución acuosa con sucrosa, los descendientes de las madres obesas consumieron mayor cantidad de la bebida dulce; aunque solo las hembras mostraron alteraciones de la conducta, lamiendo los biberones con gran avidez.

Cabe destacar que, tras el destete, los ratones recibieron pienso normal en todo momento. Es decir, la exposición a una dieta rica en grasas ocurrió tan solo de forma indirecta, por vía materna, durante el embarazo y la lactancia.

Desde un punto de vista de la salud pública, el hallazgo presenta implicaciones importantes. La atracción por alimentos apetitosos, pero poco saludables, incrementa el riesgo de desarrollar obesidad. Por consiguiente, conocer el modo en que los factores prenatales influyen en la conducta alimentaria podría ayudar a combatir este grave trastorno que afecta a la población de todo el mundo. Al fin y al cabo, más vale prevenir, que curar.

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