Por lo general, las personas sonríen cuando les toman una foto para parecer agradables y simpáticas, pero ¿realmente causan esa impresión?
No necesariamente, afirman investigadores de la Universidad de Helsinki quienes explican que todo depende de la sonrisa, pero también de la personalidad de quien la observa.
De acuerdo con un artículo atribuido a Christiane Gelitz y publicado en la revista española Investigación y Ciencia los autores del estudio presentaron a 385 participantes una selección 146 retratos y les pidieron que indicasen si les gustaba la persona que aparecía en la imagen.
En total, recopilaron más de 5,000 valoraciones. Hallaron que no solo importaba la persona fotografiada, sino también los rasgos de personalidad del observador, los cuales habían registrado previamente mediante un breve cuestionario.
Dice la escritora que por un lado y como era de esperar, las expresiones de simpatía dependían del aspecto de la persona retratada. Resulta entonces que las que eran risueñas y tenían un aspecto relajado obtuvieron una mejor aceptación; también las de aspecto saludable, animado, atractivo, moderno, cálido y femenino.
Por otro lado, algunos de los observadores se mostraron más benévolos en sus valoraciones, entre ellos, los de carácter afable y extravertido. Su personalidad, además, permitía determinar a quiénes considerarían congéneres simpáticos.
Así, por ejemplo, los extravertidos valoraban más una apariencia atractiva, saludable y tradicional que los introvertidos; los sujetos de mentalidad abierta, por su parte, tenían menos en cuenta el atractivo de la persona retratada y, en cambio, apreciaban de manera positiva un aspecto llamativo y poco convencional.
Los autores sugieren que los participantes preferían a aquellas personas retratadas que más se parecían a ellos mismos.
La personalidad de los observadores influyó en cómo reaccionaban a las caras sonrientes. En general, una sonrisa por cortesía y fingida se percibía de forma menos positiva que una auténtica o, incluso, que una expresión neutra.
Pero las sonrisas “por educación” tuvieron un efecto especialmente negativo en los observadores con una personalidad marcadamente neurótica o responsable. Cuando se sonríe con sinceridad, se forman unas líneas alrededor de los ojos.
Si los ojos no ríen, la sonrisa se estima cortés y artificial.
Esta distinción la hizo ya en su día el psicólogo emocional e investigador de la mentira Paul Ekman. Su estudio, y muchos otros posteriores, demuestra que una sonrisa genuina parece más atractiva y digna de confianza, mientras que la sonrisa sin arrugas alrededor de los ojos parece, en el mejor de los casos, cortés, y en el peor, falsa, de manera que sugiere sentimientos o intenciones ocultas.
Sin embargo, la importancia de las líneas de la sonrisa resulta controvertida, pues podrían deberse más a la intensidad con la que se sonríe que a los verdaderos sentimientos.
Entonces, ¿es mejor no sonreír en las fotos? Los autores concluyen que se debe sonreír si se puede mostrar una sonrisa genuina.
Si parece falsa, las personas emocionalmente inestables o de carácter responsable tienden a reaccionar negativamente: las primeras, porque ven en la ambivalencia una amenaza; las segundas, porque valoran la sinceridad.
Ahora bien, los investigadores advierten que sus hallazgos no deben generalizarse. Según sus resultados, los efectos de la personalidad son reducidos: solo explican un 10 por ciento de las diferencias en las valoraciones.
Además, las personas de Finlandia, país en el que se llevó a cabo el estudio, sonríen con menor frecuencia que las de otras culturas.
Así pues, en los lugares donde sonreír es una norma, una sonrisa cortés puede ser mejor que ninguna.