Patricia no estaba en casa cuando llegó el repartidor. Lo comenta aliviada, ya con el paquete entre los brazos. Porque el repartidor, en lugar de dejar el temido aviso en su buzón, la llamó.

“Me dijo que si prefería lo podía dejar en esta tienda”, comenta a la puerta de Calzados Vignon, en el madrileño barrio de Lavapiés, declara al periódico español El País.

Un estudio de la consultora PCA Predict calcula que el costo de una entrega fallida asciende a 15 euros. Y estas son muy habituales. Antes de la pandemia, cerca del 25% de las entregas de paquetería en España se frustraban. Datos más recientes apuntan a que ese porcentaje se ha reducido hasta el 15%, quizá porque pasamos más tiempo en casa.

Sigue siendo demasiado. Esto significa que si cada día se reparten en España un millón y medio de paquetes, unos 225.000 son devueltos a los centros logísticos de origen al terminar la jornada. Y reenviados otra vez al día siguiente.

Lo de que el cartero siempre llama dos veces es real, al menos cuando trae un paquete de Amazon. Y eso supone un problema a nivel económico para las empresas logísticas, pero también a nivel ecológico, para todo el mundo. En este contexto los repartidores han encontrado un aliado en el lugar más inesperado: las tiendas de barrio.

El comercio electrónico ha aumentado de forma exponencial en los últimos años, poniendo a prueba las infraestructuras de las ciudades, la capacidad de los operadores y la propia supervivencia de muchos comercios físicos.

Por eso se ha empezado a cuestionar la sostenibilidad del proceso. Han surgido iniciativas llamativas como mensajeros que se mueven en bicicletas eléctricas o modernos microalmacenes en el centro de las ciudades. Sin embargo, la solución más eficiente pasa por algo tan simple como cambiar la dirección de entrega.

 “El 90% de los clientes en España quieren que se lo lleven a casa, aunque sea igual de práctico recogerlo en la tienda de abajo. En países como Dinamarca el porcentaje es el contrario, el 90% pone como lugar de envío puntos de conveniencia”.

Con el confinamiento los pedidos a domicilio se dispararon y las entregas fallidas se redujeron hasta lo anecdótico. Pero a medida que volvemos a la normalidad retornamos a la situación de partida. Muchos actores del sector están aprovechando para pedir una reinvención del modelo.

En Barcelona, según datos del 2018, el 20% de la movilidad del área metropolitana la genera el reparto. Los vehículos profesionales representan el 40% de las emisiones contaminantes.

Una de las externalidades más negativas del comercio electrónico puede solucionarse o mitigarse con un gesto tan simple como cambiar la dirección de entrega.

Es normal que los operadores de la última milla pongan el foco aquí, les interesa económicamente y es más fácil señalar el comportamiento del usuario que las prácticas de la empresa. Pero puede que la solución que proponen convenga a ambos. Lo que ellos se ahorran en gasolina, la ciudad se lo ahorra en atascos. Y el mundo, en contaminación.

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