Hasta hace poco tiempo ignorábamos que existen áreas de nuestro cerebro mucho más calientes de lo que cabría esperar. Tanto que cada día llegan a alcanzar 41 ó 42 grados de temperatura, según un artículo en la revista Brain publicado en el portal del periódico español “El País”.
El artículo aclara que, sin embargo, el cerebro no arde a estos niveles las 24 horas.
Se dice, a lo largo del día, y en función de la actividad neuronal, la temperatura fluctúa y explica que concretamente, entre los voluntarios sanos tomados como control para el estudio, la temperatura cerebral osciló entre los 36 y los 41 grados, con 38,5 grados de media.
Por otro lado, en los pacientes que habían sufrido daños cerebrales por traumatismo, la temperatura osciló aún más, entre los 32,6 y los 42,3 grados, sin alterar la media.
Parece indiscutible que la temperatura cerebral excede en más de dos grados la temperatura registrada de forma habitual en la boca o las axilas (. La duda es: ¿por qué?
Nuestra temperatura corporal depende casi exclusivamente de la actividad de los orgánulos que producen la energía en nuestras células: las mitocondrias.
En la intensa actividad de estas centrales energéticas celulares para generar ATP —la molécula comodina, necesaria para que todo funcione— se produce mucho calor.
Y es precisamente ese calor el que mantiene la temperatura corporal. Además, las mitocondrias presentan una serie de proteínas que disipan energía. Estas proteínas, conocidas como “proteínas desacoplantes”, son muy abundantes en tejido graso, especialmente en el pardo.
Por tanto, no es extraño que semejante consumo venga acompañado de una alta generación de calor. Igual que ocurre con nuestros músculos cuando los ponemos en funcionamiento con el ejercicio, a más energía consumida, más calor.
De hecho, las células del cerebro contienen mitocondrias ricas en UCP. Estas proteínas han sido asociadas con la supervivencia celular, ya que reducen el daño celular frente a los cambios en la actividad metabólica.
Por lo general, las mujeres presentan mayor temperatura cerebral que los hombres. Sobre todo, durante la fase lútea, es decir, entre la ovulación y la menstruación. Todo apunta a que el ciclo menstrual y la fluctuación de hormonas influyen en la actividad neuronal, y eso queda reflejado en la temperatura cerebral.
Los estudios sobre la temperatura del cerebro abren la posibilidad de abordar de una manera más apropiada los fenómenos asociados con la disfunción mitocondrial, la acumulación de proteínas dañadas y las enfermedades neurodegenerativas, permitiendo así un mejor y más rápido diagnóstico de estas enfermedades.