A Roberto Rojo no le enorgullece decir que se ha metido hasta el cuello en aguas negras. Desde que en 2018 empezó a explorar los cenotes que se esconden bajo el suelo de Playa del Carmen, en Quintana Roo, el biólogo ha descubierto que muchos se han convertido en verdaderas cloacas.

Tiene grabado en la memoria el recuerdo de la primera vez que entró en Yaxché, la caverna más grande de su ciudad, en 2019. “Es un palacio de cristal, porque las estalactitas y estalagmitas están formadas por roca caliza cristalizada. Es hermoso”, narra en presente, como leyéndole un cuento a un niño.

“Pero de pronto empieza el olor a drenaje y las estalactitas comienzan a tornarse negras, viscosas, porque están creciendo colonias de bacterias sobre ellas. El paraíso se vuelve pesadilla. Entonces vemos la tubería directamente en el techo de la cueva y empieza a caer excremento frente a nosotros”.

De acuerdo con un amplio reportaje del periódico “El país”, la historia de terror ejemplifica el profundo problema que tiene la península de Yucatán con el tratamiento de sus aguas negras.

Barrios completos han ido creciendo a las afueras de Cancún, Playa del Carmen o Tulum a la velocidad de la luz, pero la infraestructura necesaria para atender ese crecimiento de población desaforado no le ha seguido el ritmo.

El resultado es un acuífero cada día más contaminado, en el que se han detectado rastros de la bacteria E. coli, pero también de cafeína, viagra o cocaína.

El hallazgo de esa droga en el acuífero no parece sorprender a quienes han estudiado la calidad del agua en la península de Yucatán.

Al fin y al cabo, “todo aquello que consumen los humanos es desechado a través de la orina y las heces, sobre todo cuando se trata de componentes que no puede absorber el cuerpo”, explica Alejandro López, de la organización Centinelas del Agua, que lleva años trabajando para proteger el acuífero maya.

Los datos de la Comisión Nacional del Agua así lo confirman: si en 2006 el 53,3% del agua de la península de Yucatán tenía una calidad excelente y el 0% estaba contaminada, en 2020 la situación dio un giro de 180 grados: el 2,2% era excelente y el 48,9% estaba contaminada.

Aunque los cenotes más contaminados son los que se encuentran en las ciudades, los datos indican que incluso los que visitan los turistas empiezan a superar los niveles permitidos para el uso recreativo.

Pese a los desagradables hallazgos que ha presenciado desde que inició el proyecto hace cuatro años – como el desagüe de una pollería en una caverna, plumas y sangre incluidos -, el biólogo no pierde la esperanza. El grupo cuenta ya con más de 400 voluntarios que van cada domingo a cartografiar cuevas y cada lunes a limpiarlas.

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