Para Andrea Grignolio Corsini, de la Universidad Vita-Salute San Raffaele de Milán, que ha abordado los bulos en la mayor conferencia europea sobre neurociencia, “las noticias falsas tienden a crear dinámicas de exclusión entre diferentes grupos sociales y consisten en información manipulada con algo real o con origen manufacturado, creado con fines políticos y de larga duración, si no se atajan de inmediato”.
Desde entonces se han sucedido textos manipulados contra los judíos, hallazgos de vida en la Luna (publicados por The Sun en 1845) y decenas de ejemplos hasta la irrupción de internet, que ha formado parte de procesos clave como el Brexit, elecciones, referéndums y, por supuesto, la crisis del coronavirus.
Sobre este último desafío, una investigación, publicada el 29 de septiembre en Science, evidencia la lucha dispar entre la información falsa y la científica en torno a las vacunas contra la covid.
Tras un estudio de 1,365 páginas de Facebook, los investigadores, de la Universidad George Washington, concluyen que “la batalla por obtener la mejor orientación científica por parte de los usuarios de Facebook se perdió por la desinformación al principio de la pandemia, porque algunas comunidades actuaron como fuentes dominantes de orientación, mientras que otras fueron, en su mayoría, receptoras de esta.
Este último dato es muy relevante, ya que, según Andrea Grignolio Corsini, la actual dimensión de los bulos se debe al “nuevo ecosistema de redes sociales”, que alcanza a individuos que conforman grupos donde se generan novedades sobre la falsedad y se rechazan los desmentidos hasta convertirse en virales y “contagiosos”. En su opinión, los elementos claves de un bulo es la “novedad o sorpresa” en sus planteamientos, la generación de “disgusto moral”, la polarización, que permite reforzar el sentimiento de grupo, y la apelación a las emociones.
Estos ingredientes llegan al cerebro, donde se activan áreas relacionadas con la dopamina, que regula la emotividad y la afectividad, y el glutamato, el principal neurotransmisor excitador, según explica Maria Antonieta de Luca, profesora de ciencias biomédicas de la Universidad de Cagliary (Italia).
“Cuando las personas ven noticias fabricadas o incluso fotografías manipuladas de eventos que nunca tuvieron lugar, no solo pueden llegar a creer que esos eventos sucedieron, sino que también pueden formar un recuerdo detallado de haber experimentado esos eventos. Este efecto es más probable si el contenido de ese material fabricado es consistente con sus prejuicios”.
En el mismo sentido, una investigación de la Universidad de Texas ha demostrado que compartir artículos de noticias con amigos y seguidores en las redes sociales puede incitar a las personas a pensar que conoce más sobre un tema de lo que realmente saben.
De esta forma, los bulos, articulados con las características que los convierten en virales, activan áreas cerebrales relacionadas con la afectividad y generan falsas memorias o percepciones erróneas de conocimiento que llevan a tomar decisiones equivocadas o a no ampliar la información sobre un asunto.