Los humanos no les tenemos mucho cariño a los buitres. Son carroñeros obligados, lo que significa que obtienen toda su comida de presas ya muertas, y, por esa razón, desde la antigüedad hemos asociado a estos animales con la muerte. Pero, en realidad, son el equipo aéreo de limpieza de la naturaleza.
Ahora, una nueva investigación mejora su imagen al describir el papel que desempeñan estas aves en un proceso sorprendente: la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Gracias a esta labor de limpieza, las 22 especies que existen en todo el mundo realizan un servicio vital tanto para los ecosistemas como para los humanos: mantienen el ciclo de los nutrientes y controlan los patógenos que, de otro modo, podrían propagarse de los animales muertos a los vivos.
Según un nuevo estudio publicado en Ecosystem Services, los cuerpos de los animales en descomposición liberan gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono y el metano. Pero la mayoría de estas emisiones se pueden evitar si los buitres llegan primero a los restos.
Según Pablo Plaza, biólogo de la Universidad Nacional del Comahue, en Argentina, y principal autor del estudio, se concentra sobre todo en las Américas.
Según Plaza y su equipo, las responsables del 96 por ciento de la reducción de emisiones en todo el mundo son tres especies de buitres que solo se encuentran en las Américas: el zopilote común, el buitre pavo y el buitre de cabeza amarilla.
En el resto del planeta la cosa es bien diferente. “La disminución de las poblaciones de buitres en muchas regiones del mundo, como África y Asia, ha producido una pérdida concomitante de los servicios ecosistémicos que proporcionan estos animales”, señala Plaza
El valor de los servicios que proporcionan estos animales puede ser aún más importante en tiempos de desastres climáticos u otras catástrofes. Carolina Baruzzi, investigadora posdoctoral de la Universidad de Florida, que no participó en el nuevo estudio, ha examinado la alimentación de los buitres después de episodios de mortalidad masiva de vida silvestre, debidos, por ejemplo, a brotes de enfermedades.
Según Baruzzi, “sin ellos, tenemos cadáveres que se descomponen a un ritmo más lento, lo que puede causar muchos problemas”, incluidos el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero y las enfermedades.
Si están presentes, “en dos semanas ya no quedan cadáveres”, señala. “En aquellos lugares en los que faltaban estos animales, los cadáveres se quedaron allí durante más de un mes y medio o dos meses, lo cual es bastante llamativo.”