Cuando la pasión se apodera de ellos, un beso encierra a dos seres humanos en un intercambio de olores, sabores, texturas, secretos y emociones.

Nos damos besos ceremoniales, besos cariñosos, besos de aire de Hollywood, besos de muerte y, al menos en los cuentos de hadas, besos que reviven a las princesas.

Puede que los labios hayan evolucionado primero para la comida y luego se hayan aplicado al habla, pero al besar satisfacen diferentes tipos de hambres.

En el cuerpo, un beso desencadena una cascada de mensajes neuronales y sustancias químicas que transmiten sensaciones táctiles, excitación sexual, sentimientos de cercanía, motivación e incluso euforia.

No todos los mensajes son internos. Al fin y al cabo, besar es un asunto comunitario. La fusión de dos cuerpos envía comunicados a tu pareja tan potentes como los datos que te envías a ti mismo.

Los besos pueden transmitir información importante sobre el estado y el futuro de una relación. Tanto es así que, según algunas investigaciones, si un primer beso sale mal, puede frenar en seco una relación que de otro modo sería prometedora.

Los seres humanos se ven impulsados biológicamente a juntar sus caras y frotar sus narices o tocar sus labios o lenguas.

En su forma más básica, besar es un comportamiento de apareamiento, codificado en nuestros genes. Compartimos la gran mayoría de esos genes con otras especies de mamíferos, pero sólo los humanos se besan.

Pero la razón de los besos sigue siendo un misterio, incluso para los científicos que llevan décadas estudiando este comportamiento.

No es posible decir cuál es el factor primordial: que la gente se besa por una atracción psicológica o por un impulso subconsciente de aparearse con el besado elegido.

Lo más probable es que sea una combinación de ambos. «No puede haber psicología sin un cerebro biológico», dice Rafael Wlodarski, que ha dedicado gran parte de su carrera a la filomatología, la ciencia del beso.

Un beso en la mejilla es una modificación evolutiva que ha aparecido en sociedades más grandes y complejas, donde es un signo de respeto o admiración.

De acuerdo con un estudio llevado a cabo en 168 culturas, sólo el 46% de las sociedades practican el beso como gesto romántico y sexual.

Independientemente de lo que ocurra cuando nos besamos, nuestra historia evolutiva se encuentra inmersa en este tierno y tempestuoso acto.

Apretar los labios fruncidos contra los labios puede haberse desarrollado después como una forma de consolar a los niños hambrientos cuando la comida era escasa y, con el tiempo, para expresar amor y afecto en general.

Con el tiempo, la especie humana podría haber llevado estos besos proto parentales por otros caminos hasta llegar a las variedades más apasionadas que tenemos hoy.

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