El enojo es una emoción humana completamente normal que, bien manejada es saludable; sin embargo, la mayoría de las veces no sabemos controlarla y tiene fuertes repercusiones en nuestras relaciones con los demás.
Para entender mejor cómo afectamos a nuesros hijos será necesario clasificar el enojo, pues este varía de intensidad que puede ir desde una irritación tranquila, hasta una furia intensa. De esta manera hablaremos de: el enojo justificable, el enojo agresivo, el enojo por molestia y los berrinches.
Un enojo justificable, por clasificarlo de mejor manera, se refiere al sentido de indignación moral cuando eres testigo de alguna injusticia o destrucción a los derechos humanos o animales. Esto es beneficioso porque puede transformarse en un cambio; es decir, cambios en cómo tratamos a la gente, a los animales o si cuidamos el medio ambiente.
Sin embargo, si sientes enojo pero permites que te afecte a largo plazo, te robará paz mental y te causará sufrimiento.
Una actitud agresiva suele darse por situaciones en las que las personas intentan ejercer dominio, manipulación o control sobre otras personas. Es común encontrarlos en las relaciones humanas y muchas veces se convierten en acciones como bullying , opresión, violencia psicológica y abuso emocional.
Al descargar este tipo de emociones en nuestros hijos, solamente les enseñamos a canalizar de manera errónea sus emociones. Haciéndoles creer que ellos también pueden enmascarar sus debilidades a través de estas acciones.
La molestia surge de las frustraciones de la vida diaria, pero cuando nos enfocamos en lo negativo, tomamos personal las acciones de otros y experimentamos molestia que no dejamos pasar, permitimos que los problemas de otros se vuelven propios.
Hay que aprender a fluir y mostrarle a nuestros hijos que, las acciones de sus hermanos, amigos o incluso de sus padres, no es algo en lo que se deben enganchar. De lo contrario, la vida se les va sumida en enojos y estrés.
¿Sabías que los adultos también hacen berrinches? Generalmente ocurre cuando no recibimos el satisfactor que andábamos buscando. El problema es cuando los berrinches se combinan con enojo agresivo y explotamos desproporcionadamente ya que generalmente dichas acciones no merecen tal furia.
Este tipo de enojo tiene su origen en la infancia, y son «normales» alrededor de los dos años de edad, cuando los niños están descubriendo su independencia. Sin embargo, si no aprendimos a controlarlos o no enseñamos a nuestros hijos, es probable que sigan comportándose así en su vida adulta para conseguir lo que desean.

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