Thomas Johnson demostró hace más de tres décadas que la modificación de un solo gen incrementaba la vida de gusanos C. elegans hasta un 60%.
Pese a la enorme distancia evolutiva que nos separa de ellos, los mecanismos útiles para la supervivencia saltan de rama en rama del árbol de la vida y se conservan en los genomas de multitud de especies, incluidos los humanos. Lo que funciona en un gusano o un ratón, o incluso en una levadura, no tiene por qué no funcionar también en nosotros.
De acudo con la información publicada por el periódico expañol “El País”, hace tres años, un grupo de investigadores de la Universidad de California en San Diego encontró un mecanismo esencial en el proceso de envejecimiento de un hongo unicelular que nos acompaña, al menos, desde el origen de la civilización.
La levadura Saccharomyces cerevisiae, con la que se hace pan, cerveza o vino, sigue una de dos direcciones en su camino hacia la muerte. La mitad de estas células envejecen cuando su ADN pierde estabilidad; y la otra mitad, con el deterioro de las mitocondrias, una estructura que proporciona energía a la célula. Pero no se estropean de las dos formas a la vez.
Los mismos investigadores liderados por Nan Hao, explican ahora en un artículo que publica la revista Science cómo han creado una especie de interruptor que, manipulando dos reguladores de la actividad de los genes, cambia el sentido del envejecimiento celular.
De un modo parecido a un termostato, en el que cuando se alcanza una temperatura superior se enciende el refrigerador y cuando se llega a un límite inferior se introduce calor, aquí se aplica la biología sintética para introducir un sistema similar.
Ahora los autores pretenden “identificar los circuitos genéticos regulatorios subyacentes al envejecimiento en varios tipos de células humanas y aplicar esta estrategia de ingeniería para modificarlas y ralentizar su envejecimiento”, explica Nan Hao, autor principal del estudio y codirector del Instituto de Biología Sintética de la UCSD.
“Si funciona, intentaremos hacer lo mismo en células dentro de animales vivos, como ratones”, añade. Hao reconoce que la ingeniería genética “requiere más tiempo en las células humanas y los circuitos que regulan los genes son, a menudo, más complicados”, continúa. “Necesitaremos más tiempo y recursos para probar estas ideas y estrategias, pero no creo que haya nada fundamental que nos impida hacerlo”, concluye.
“Si funciona, intentaremos hacer lo mismo en células dentro de animales vivos, como ratones”, añade. Hao reconoce que la ingeniería genética “requiere más tiempo en las células humanas y los circuitos que regulan los genes son, a menudo, más complicados”, continúa. “Necesitaremos más tiempo y recursos para probar estas ideas y estrategias, pero no creo que haya nada fundamental que nos impida hacerlo”, concluye.